
Por: Rogel Soto
Al pronunciar un discurso virtual en la reunión de la Alianza Progresista que se celebra en Argentina, el exmandatario dominicano, dijo “Hay indicios claros de que naciones poderosas están decididas a imponer una agenda extremista y polarizada, que se resume en la idea de que “el que no está conmigo está contra mí”.
Afirmó que es desde esa postura ideológica que se ha desatado lo que muchos analistas califican como “la guerra arancelaria” que castiga a las naciones que se niegan a perder su autodeterminación.
“Tanto el control de rutas marítimas vitales como la explotación y el comercio de recursos naturales y tecnológicos forman parte de esa política coercitiva. Las
consecuencias de ese enfrentamiento son evidentes en todo el mundo, incluyendo el alza de los precios de insumos esenciales para la alimentación y la salud”.
Resaltó que se endurece cada vez más el discurso guerrerista que proclama que “la paz se logra con la
fuerza”. Ese llamado a la confrontación niega el principio del diálogo y es una amenaza real para la paz social y el
desarrollo humano”.
Mejía señala que con esa postura se agiganta el desprecio hacia los pobres, el miedo al extranjero, la banalización de la política y el irrespeto a las instituciones académicas y de ayuda solidaria.
Destacó que en muchos países se ha declarado la guerra al derecho a estar informado y a expresar libremente las ideas. Para tal fin, se está usando la crítica válida a las denominadas “fake news” o “noticias falsas” para impedir el acceso a recursos de comunicación que, bien usados, pueden fortalecer la democracia y promover el diálogo.
“Estamos presenciando un distanciamiento al principio ético de que la superación de la inequidad es una condición necesaria para construir la democracia activa, fortalecer la cohesión social y dar sustento a la paz”.
Resaltó que en el contexto de las Alianzas
Las palabras y el lenguaje han sido centrales en la demarcación de ese mapa. Así, términos como “de derecha” y “de izquierda”, incluidos sus “ultras”en ambas direcciones ideológicas, han servido para calificar lo que se entiende por ciudadanía, democracia, y libertad en términos ideológicos.
Después de todo, ser de derecha o de izquierda define una visión del mundo, sin extenderme más en ese análisis.
En cambio, antes de referirme a las manifestaciones más sobresalientes de la presente encrucijada y el crecimiento de la ultraderecha en nuestros países, quiero hacer una reflexión que considero pertinente y provechosa para el diálogo franco.
En efecto, una derivación esencial de la transformación
política antes mencionada, que no ha sido ni lineal ni
predestinada, es el haber situado el desarrollo humano como un criterio vital para valorar el impacto de la ideología en la vida de los seres humanos de carne y hueso.
Es decir, hemos aprendido a preguntar qué tanto desarrollo humano y qué tanta democracia hemos logrado con nuestras alianzas, concretamente en lo referente al empleo, la educación y la salud.
En otras palabras, además de reconocer la importancia de los postulados y los símbolos de cada ideología, también hemos aprendido a evaluar cuánta democracia sustantiva se construye siguiendo una agenda y formando alianzas de izquierda o de derecha.
Para sorpresa de algunos, fruto de las alianzas y las
opciones realizadas, naciones grandes y pequeñas que
décadas atrás eran referentes de pobreza y dependencia,
hoy son referentes incuestionables de progreso socio-
económico, desarrollo humano sustentable y autodeterminación.
De igual manera, naciones donde el ejercicio de los
derechos individuales estaba proscrito de hecho y de
derecho, hoy muestran altos niveles de ciudadanía
sustantiva que se expresan en un creciente espacio de
libertad y participación; especialmente, millones de mujeres, quienes han ganado un enorme espacio a favor de sus derechos fundamentales.
Es en ese contexto de inclusión social que se entiende mejor la extraordinaria movilidad social de una parte importante de la población joven mundial, especialmente en lo referente a la educación.
Es justamente la posición que tengamos frente a esos
procesos que nos situará a la izquierda o a la derecha de la vida y de la historia.
Los pueblos están dando señales de que no están
dispuestos a renunciar al diálogo y a construir la democracia, con todos y para todos.
En efecto, mientras conversamos hoy, vemos a los jóvenes de la lejana Nepal, la llamada “generación Z”, lanzarse a las calles con inesperada violencia para defender su derecho a utilizar sin censura las redes sociales y otros dispositivos de comunicación.
Tan contundente ha sido ese movimiento social que logró un cambio de gobierno y puso a una mujer al frente de esa lejana nación.
A su vez, en Europa, el llamado “viejo continente”, los cambios a nivel político están derritiendo los cimientos de la larga tradición libertaria que tiene en la Revolución Francesa su icono más duradero.
Y aquí, más cerca de nosotros, hace poco vimos cómo los
habitantes de Buenos Aires, usaron el derecho al voto para expresar pacíficamente su contundente rechazo al discurso de la ultraderecha.
Amigos todos:
Soy un ferviente creyente en el diálogo y en la pluralidad.
Mi país, la República Dominicana, está aún lejos de ser una democracia sustantiva que garantice todos los derechos fundamentales a sus ciudadanos. Pero sí hemos aprendido a dialogar de manera franca y a distanciarnos de los extremismos y la intolerancia.
En los hechos, como nación, hemos dicho NO a la
ultraderecha.
Por eso me siento orgulloso de ser dominicano y de apoyar firmemente nuestra Alianza Progresista, que se ha situado en el lado correcto de la historia.
DISCURSO INTEGRO DE HIPOLITO MEJIA DE FORMA VIRTUAL EN LA REUNION DE LA DIRECCION DE LA ALIANZA PROGRESISTA Y CONFERENCIA REGIONAL DE LA ALIANZA PROGRESISTA DE LAS AMERICAS
18-20 de septiembre de 2025
Estimados compañeros
Señoras y señores
Al tiempo de lamentar profundamente el hecho de no poder participar presencialmente en esta importante reunión, agradezco la gentileza de permitirme hacerlo de forma virtual en nuestro diálogo a favor de la democracia, la paz y la justicia social a nivel global y en cada uno de nuestros países.
Esta Reunión de la Dirección de la Alianza Progresista y
Conferencia de la Alianza Progresista de las Américas
ocurre en un momento crítico para la paz mundial y para la consolidación de sociedades genuinamente democráticas, donde el progreso económico y material esté acompañado de la inclusión social y el pleno ejercicio de los derechos fundamentales.
Me refiero, de manera particular, a los derechos políticos,
socio-económicos, culturales, ecológicos y de género, entre otros igualmente fundamentales.
Desde la perspectiva de la ciudadanía sustantiva, el ejercicio de esos derechos sirve de hecho y de derecho
para formar un tejido social donde se entrecruzan los
intereses y proyectos individuales y grupales, y se construye un sentido de pertenencia no limitado al territorio de cada país.
Visto así, desde la perspectiva del estado-nación, un
derecho fundamental es el de poder elegir libremente, sin miedo y con la firme participación ciudadana, tanto el
camino a seguir para lograr el bien común y hacer tangibles esos derechos fundamentales, como las alianzas internas y externas para transitar ese largo y difícil camino.
Cabe recordar el dicho popular: “Dime con quién andas y te diré quién eres”.
Consecuentemente, en el campo de la geopolítica, sería
válido decir: “Dime con quién decides aliarte y te diré de
qué lado de la historia estás y cuál es tu visión del mundo”.
Esa premisa ideológica es especialmente relevante en la actual encrucijada marcada por la incertidumbre que
vive el mundo, una de cuyas causas principales es la
consolidación de la derecha global y su articulación con
actores a nivel regional, nacional y local.
En consecuencia, como resultado de acontecimientos de
larga duración ocurridos antes y después de la Segunda
Guerra Mundial, en los años recientes hemos sido testigos de la profunda y acelerada transformación del mapa geopolítico e ideológico, que muchos asumían como inalterable.
Las palabras y el lenguaje han sido centrales en la demarcación de ese mapa. Así, términos como “de derecha” y “de izquierda”, incluidos sus “ultras”en ambas direcciones ideológicas, han servido para calificar lo que se entiende por ciudadanía, democracia, y libertad en términos ideológicos.
Después de todo, ser de derecha o de izquierda define una visión del mundo, sin extenderme más en ese análisis.
En cambio, antes de referirme a las manifestaciones más sobresalientes de la presente encrucijada y el crecimiento de la ultraderecha en nuestros países, quiero hacer una reflexión que considero pertinente y provechosa para el diálogo franco.
En efecto, una derivación esencial de la transformación
política antes mencionada, que no ha sido ni lineal ni
predestinada, es el haber situado el desarrollo humano como un criterio vital para valorar el impacto de la ideología en la vida de los seres humanos de carne y hueso.
Es decir, hemos aprendido a preguntar qué tanto desarrollo humano y qué tanta democracia hemos logrado con nuestras alianzas, concretamente en lo referente al empleo, la educación y la salud.
En otras palabras, además de reconocer la importancia de los postulados y los símbolos de cada ideología, también hemos aprendido a evaluar cuánta democracia sustantiva se construye siguiendo una agenda y formando alianzas de izquierda o de derecha.
Para sorpresa de algunos, fruto de las alianzas y las
opciones realizadas, naciones grandes y pequeñas que
décadas atrás eran referentes de pobreza y dependencia,
hoy son referentes incuestionables de progreso socio-
económico, desarrollo humano sustentable y autodeterminación.
De igual manera, naciones donde el ejercicio de los
derechos individuales estaba proscrito de hecho y de
derecho, hoy muestran altos niveles de ciudadanía
sustantiva que se expresan en un creciente espacio de
libertad y participación; especialmente, millones de mujeres, quienes han ganado un enorme espacio a favor de sus derechos fundamentales.
Es en ese contexto de inclusión social que se entiende mejor la extraordinaria movilidad social de una parte importante de la población joven mundial, especialmente en lo referente a la educación.
De igual manera, en ese marco de ejercicio ciudadano, se
ha robustecido la defensa de los derechos de muchos
pueblos aborígenes, es decir, de etnias socialmente
excluidas y culturalmente invisibilizadas. Pero, no nos llamemos a engaño.
Lo cierto es que, a pesar de esos notables avances, la
desigualdad social y la brecha social persisten incluso en
países donde la economía ha tenido un desempeño
favorable.
Más aún, en más de una nación, vemos cómo el éxito
económico no marcha de la mano con la libertad ni con el
respeto a derechos humanos fundamentales. Eso está
ocurriendo tanto en naciones grandes como en países
pequeños
Es justamente para superar esas desigualdades que tiene
sentido ético la formación de alianzas entre naciones, y
entre los diferentes actores sociales dentro de cada nación.
En los hechos, nuestra Alianza Progresista se situará a la
izquierda o la derecha de la historia a partir de las decisiones que tomemos para superar esas desigualdades en la encrucijada que vivimos.
Permítanme ahora resumir las manifestaciones más
sobresalientes del contexto donde se consolida el discurso de la ultraderecha en términos políticos e ideológicos.
En primer lugar, existe una amenaza real al pluralismo y el multilateralismo. Hay indicios claros de que naciones poderosas están decididas a imponer una agenda extremista y polarizada, que se resume en la idea de que “el que no está conmigo está contra mí”.
Es desde esa postura ideológica que se ha desatado lo que muchos analistas califican como “la guerra arancelaria” que castiga a las naciones que se niegan a perder su autodeterminación.
Tanto el control de rutas marítimas vitales como la explotación y el comercio de recursos naturales y tecnológicos forman parte de esa política coercitiva. Las
consecuencias de ese enfrentamiento son evidentes en todo el mundo, incluyendo el alza de los precios de insumos esenciales para la alimentación y la salud.
En segundo lugar, se endurece cada vez más el discurso guerrerista que proclama que “la paz se logra con la
fuerza”. Ese llamado a la confrontación niega el principio del diálogo y es una amenaza real para la paz social y el
desarrollo humano.
En tercer lugar, se agiganta el desprecio hacia los pobres, el miedo al extranjero, la banalización de la política y el
irrespeto a las instituciones académicas y de ayuda solidaria.
En cuarto lugar, en muchos países se ha declarado la
guerra al derecho a estar informado y a expresar libremente las ideas. Para tal fin, se está usando la crítica válida a las denominadas “fake news” o “noticias falsas” para impedir el acceso a recursos de comunicación que, bien usados, pueden fortalecer la democracia y promover el diálogo.
Finalmente, estamos presenciando un distanciamiento al
principio ético de que la superación de la inequidad es una condición necesaria para construir la democracia activa, fortalecer la cohesión social y dar sustento a la paz.
Es justamente la posición que tengamos frente a esos
procesos que nos situará a la izquierda o a la derecha de la vida y de la historia.
Los pueblos están dando señales de que no están
dispuestos a renunciar al diálogo y a construir la democracia, con todos y para todos.
En efecto, mientras conversamos hoy, vemos a los jóvenes de la lejana Nepal, la llamada “generación Z”, lanzarse a las calles con inesperada violencia para defender su derecho a utilizar sin censura las redes sociales y otros dispositivos de comunicación.
Tan contundente ha sido ese movimiento social que logró un cambio de gobierno y puso a una mujer al frente de esa lejana nación.
A su vez, en Europa, el llamado “viejo continente”, los
cambios a nivel político están derritiendo los cimientos de la larga tradición libertaria que tiene en la Revolución Francesa su icono más duradero.
Y aquí, más cerca de nosotros, hace poco vimos cómo los
habitantes de Buenos Aires, usaron el derecho al voto para expresar pacíficamente su contundente rechazo al discurso de la ultraderecha.
Amigos todos:
Soy un ferviente creyente en el diálogo y en la pluralidad.
Mi país, la República Dominicana, está aún lejos de ser una democracia sustantiva que garantice todos los derechos fundamentales a sus ciudadanos. Pero sí hemos aprendido a dialogar de manera franca y a distanciarnos de los extremismos y la intolerancia.
En los hechos, como nación, hemos dicho NO a la
ultraderecha.
Por eso me siento orgulloso de ser dominicano y de apoyar firmemente nuestra Alianza Progresista, que se ha situado en el lado correcto de la historia.


